12 de mayo de 2014




   Allí la salina ha amanecido rojiza, como cuando llegaste a nuestra vida y me uní a David esperándote, alejándome de él.

   David está enterrado en la playa donde murió, junto al mar donde nació, donde sus manos te dieron forma y se las robamos.

   Pero ni siquiera había muerto al sol.

   Vi que sus ojos corrían como luces subiéndose a todo lo que encontraban. Y yo estaba allí para recoger sus manos.

   He vuelto a la arena para llorar por ti. He vuelto para recordar que todo no fue una gran mentira, que algunas cosas siguen en su sitio y yo no quiero olvidar cuál es.

   He vuelto al lugar donde el argentino me habló de la memoria y caminé junto al insomne descubriendo la fortaleza de Brest sin que tú hubieras llegado aún, porque yo entonces me preparaba para la mañana en que te conocí, tan inconscientemente, tan por inventarte, tan acompañada por todos los demás, tan empezado, pero ya con vosotros, que al fin llegasteis.

   Y sí, esta vez sí oigo ladrar los perros. Aúllan sobre mí y se van como han llegado. Quizá con más hambre por haber bajado y volver sin más que ladridos en la boca, mientras camino muy lento y casi no avanzo. Oigo mi nombre a cada paso.

   Me ha bastado un sueño enorme para acostumbrarme a la noche. Y al poco de irse el sol comienza a salir la luna, escupida por el mar, rosada, roja, blanca. Y sube lentamente. Yo toco el mar con mis manos y busco las tuyas. Pero sólo siento las de David. Es entonces cuando lloro por ti.

   Hasta mí ha llegado un fanal desde las olas llenas de medusas, hasta mí has llegado tú, Sacha, sin llamarte, sin que David te pusiera nombre.



Lugar: Playa Conil de la Frontera, Cádiz, 2009 / Cementerio español, Larache, Marruecos, 2009 - Cuatricomías en blanco y negro.
Cámara: Nikon D3S.
Ojo y texto: David Sardaña.

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