Estoy vendada, atada de pies y manos y tumbada sobre una mesa de roble.
Fría. Como mis sábanas.
Y así, sin ojos que mirarte, sólo me quedan cuatro sentidos para castigarme.
Y así, sin ojos que mirarte, sólo me quedan cuatro sentidos para castigarme.
Te oigo y suenas a saliva. Y es que te estás relamiendo pensando en lo
siguiente.
Sé que te estás desabrochando los botones de los puños de la camisa, sé
que vas a remangarte y sé que vas a mirarme, de reojo, disimulando, como si la
cosa no fuera contigo.
Sin dejar de oírte te huelo. Hueles a ganas. A ganas de lo siguiente.
Sé que vas a alejar un poco la silla de la mesa para poder sentarte, sé
que vas a cruzar los brazos sobre el pecho y a esperar.
Ahora me toca probar. Abro lentamente la boca y recorro con la lengua cada rincón de mi paladar en busca de tu sabor y ahora soy yo la que se relame por lo
encontrado y por lo siguiente.
Sé que te encanta.
Atada de pies y manos no puedo tocar nada salvo el roble. Frío. Que me
estremece.
[Escalofrío]
Sé que estás a punto de hacerlo.
Vas a comerme las costillas. Una a una. Con los ojos, con las manos.
Lugar: sábanas.
Texto: Irene Alduán.
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