10 de octubre de 2014

Culpables.





               Allí podíamos disfrazarnos de personas. Tú te sentabas en algún sitio cerca de la puerta, yo me quedaba de pie agarrando con fuerza la barra de metal, dejando mis nudillos en blanco. Ni siquiera nos mirábamos ni nos hacíamos gestos cómplices, solamente jugábamos a ser desconocidos. En mi oído la canción de Gnossienne y en tus ojos las letras de amor ácido de Nothomb. En mi cuello un mordisco con carmín y en tus labios, fresas.

               Mis párpados caían como síntoma de lunes, tú resoplabas y abrías mucho los ojos por un enfermo domingo. Ese silencio acompañado del traqueteo que habitaba en el vagón nos hacía a todos los presentes culpables. Cómplices en servir como vértices y aristas; como lienzo y aguarrás; como orgasmo y dientes apretados… éramos verticales en una esfera. Seríamos ahorcados por vivir, apaleados por negarnos, lapidados por ser y no ser, emparedados por querer ser y no ser, quemados por amar poco, mal y rápido. Éramos culpables del crimen de vivir sin vivir.

               Ahora nadie miraba a nadie, solamente tú mirabas tu reflejo en el cristal de enfrente, y te aguantabas la mirada esperando que tu reflejo la apartara antes. Ahora tú te bajas en esta parada mientras tu reflejo baja la mirada, cierras el libro sin poner una marca porque siempre recuerdas la página. Ahora tú escapas y me dejas a mí y al resto, porque nunca nos hemos conocido y nunca lo haremos. Tus fresas morderán otros campos, las letras en tus ojos serán leídas a plena oscuridad en otro sitio y tus domingos serán siempre menos enfermos que mis síntomas de lunes.



Cámara: Nikon D5100.
Ojo: Rosa Vercher.
Texto: Adrían Benatar.


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